Mi
experiencia entre coleccionistas me lleva a constatar en muchos de ellos un
alto grado de egocentrismo, superior a la media. Es
una especie de ensimismamiento que en algunos casos
asemeja un cierto grado de autismo.
Quizás sea general que cualquier actividad que exija un alto nivel de dedicación y ejerza una fuerte atracción provoque en el que la ejerce esas
actitudes. Veo a coleccionistas que más que admirar
lo de otros se limitan a exhibir
lo suyo. Los hay que se les
tensa el rostro cuando ven el objeto de valor del otro.
Como si les “doliera” que ese otro posea algo superior o comparable con lo
suyo. En los corros de convivencia y comidas no es raro apreciar
retracción e incomunicación en ellos. Tanto más cuanto más o mejor colección
posee el interlocutor o interlocutores. Si el tema de conversación no es sobre la afición común, no
intervienen ni se interesan. Sólo les interesa hablar de lo suyo. Presentan
locuacidad cuando dan consejos, advertencias o consignas a cualquiera que
parezca poseer menos que él y cuando narran sus logros en lo relativo a la afición compartida.
¿A
qué puede deberse este tipo de comportamiento?. Bien podría ser que el poseedor
de cualquier bien valorable, desde una moto clásica hasta un perro de pura
raza, pugna por hacer de él un refuerzo a su propia imagen. Una
cataplasma contra su propia inseguridad y complejos.
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