Todos estamos hechos de la misma masa

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sábado, 5 de enero de 2013

Lo irracional de la adscripción humana



Nos definimos tradicionalmente comos seres racionales distinguiéndonos así del resto de animales del planeta a los que colocamos en un estatus inferior como seres irracionales.  Esta dualidad hace tiempo que carece de sentido y no refleja la realidad.   El ser humano también ve dirigidos muchos de sus comportamientos por impulsos, instintos, apriorismos y pasiones o atracciones.  Uno de esos comportamientos es la adscripción, la identificación y la elección de un grupo del que sentirse parte. 

Ocurre con todo tipo de afiliaciones y adhesiones.  Tanto en el deporte, como en la política, en la religión y hasta en asociaciones lúdicas es frecuente ver la incondicionalidad del postulante. Basta recordar frases como "Viva er Beti manque pierda", "Somos los mejores", "Yo es que soy de ZP", "Totus tuus" para constatar que son muchos los que se autoetiquetan como pertenecientes a un grupo, credo o afición y lo llevan como algo inamovible, indudable, defendible ante cualquier evidencia o crítica fundamentada.

Ocurre hasta con marcas de vehículos, ropa, perfumes y cualquier otro objeto de consumo.   Los publicistas lo saben bien y echan mano de ese irracional sentido de pertenencia para crear eslóganes como el de "Soy de la Mutua" por ejemplo.
Establecido el vínculo, al postulante le da igual que el líder, líderes o miembros de su grupo o tendencia cometan abusos, se equivoquen, fallen, pierdan una competición y hasta que delincan.  El adscrito parece cegarse ante cualquier circunstancia o evento que degrade o ponga en evidencia a su líder, grupo, equipo, partido, credo, club o asociación.
La faceta social del animal humano le transciende.  Se superpone sobre la propia identidad del indivíduo, anulándola. 

Una expresión antes citada: "Somos los mejores"  es un claro ejemplo de autohalago siempre absurdo e inconsistente.  Valdría clamar en un grupo "Hemos sido los mejores", pero ningún indivíduo ni grupo puede superar a los demás de forma definitiva ni perenne.  Estas exclamaciones estúpidas cobran especial invalidez cuando las grita alguien que realmente no está implicado en el logro del que se vanagloria.  Caso claro es el fútbol, cuando el seguidor se exalta en la grada con ese grito "Somos los mejores". 

Estas adscripciones irracionales no son particularmente peligrosas cuando se trata de equipos deportivos, marcas de bienes de consumo, y otras pero se convierten en provocantes de conflictos, confrontaciones y hasta guerras cuando se circunscriben a religiones, nacionalidades, etnias, ideologías y muchas otras.

Es en la educación de los niños, en los medios de comunicación, en los líderes ideológicos y políticos del mundo entero en los que reside el inicio de la solución a este originador de problemas en todos los órdenes.       

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